6.28.2014

A 21 años de la muerte de Héctor Lavoe “El Cantante de los cantantes” y ninguno como él

Todo tiene su final, nada dura para siempre/ tenemos que recordar, que no existe eternidad…La tarde del 29 de junio de 1993, el sentido literal de este canto célebre en la salsa cobró más significado que nunca, e irónicamente recayó en Héctor Lavoe, la figura que lo interpretó y catapultó como un clásico del ritmo.



A la 1:05 pasado el mediodía, el Cantante de los cantantes, el sonero más carismático de su generación, fallecía en el Hospital Saint Claire de Manhattan, en el que la víspera había sido recluido de urgencia en estado crítico.

En un lacónico boletín de prensa leído por uno de los médicos de turno, se oficializó su deceso a causa de un fulminante infarto de miocardio, devenido de los excesos de su vida borrascosa que le hizo contraer sida, enfermedad que en su momento no se divulgó.



Tras conocerse la nefasta noticia, el homenaje no podía ser otro que musical. En Barranquilla las emisoras suspendieron sus programaciones habituales para rendirle un sentido y merecido tributo sonando sus canciones por el resto del día.

Así también ocurrió en el resto del país, en Puerto Rico, Panamá, República Dominicana, Venezuela, Perú; y quizás en otros rincones del planeta pues la admiración que le profesaban traspasaba límites y fronteras.

La carroza fúnebre con los restos de Héctor Lavoe, a su llegada a Ponce (Puerto Rico), en el año 2002. 


El día de su muerte a Héctor Lavoe le faltaban 93 días para celebrar su cumpleaños número 47, pero su aspecto era decrépito.

Los amantes de la música afroantillana sintieron como propia la partida de aquel ídolo emergido de las entrañas populares de Machuelitos, uno de los 31 barrios que conforman el municipio de Ponce, en el sur de Puerto Rico. Héctor era muy querido porque de cierta forma simbolizaba y reivindicaba al hombre alegre, espontáneo y dicharachero que habita en los sectores marginales de América Latina, un ser que como él mismo pregonaba en su mejor acento boricua, nadie podía ‘odial’, sino ‘quelel’.

Porque Lavoe era pueblo en su más pura esencia, así como lo fueron en su tiempo el cubano Benny Moré y los puertorriqueños Daniel Santos e Ismael Rivera, cantantes que penetraron en todos los estratos de la sociedad y a los que la gente elevó a la condición de íconos intocables. Veneración que aún subsiste.

EL VACÍO QUE DEJÓ LAVOE

Como el lindo clavel/ solo quiso florecer/ enseñando su belleza/ y marchito perecer...
Con la noticia de su muerte gran parte de los salseros experimentaron la extraña sensación de un vacío que se les habría en lo musical y artístico, pues Lavoe los identificaba. Para muchos también representaba el dolor insondable de la partida de un hermano, al que aprendieron a amar a través de sus canciones.

Pero en verdad, Héctor Juan Pérez Martínez, como era su nombre de pila, había muerto desde mucho tiempo atrás. 

El derrumbe de su vida comenzó, incluso, mucho antes de aquel atardecer del domingo 26 de junio de 1988, en que inmerso en las fauces de la drogadicción y el alcoholismo, en medio de una profunda depresión y carente del más mínimo estímulo por la vida, intentó suicidarse lanzándose desde la ventana del piso nueve del hotel Regency, en la Avenida Condado, de Bayamón (Puerto Rico).

Se salvó de milagro porque su cuerpo rebotó en el aire acondicionado de uno de los apartamentos del hotel, antes de romperse contra el pavimento. Perdió varios dientes; se fracturó la pierna derecha, y sufrió golpes en otras partes del cuerpo que lo obligaron a permanecer inmóvil durante un largo período. Ese día no podía morir, pues ya estaba muerto en vida.

LA MUERTE DE SU HIJO, PRINCIPIO DEL FIN

“Mi hijo es la gran promesa de la salsa. Todavía es un jibarito, pero es un huracán. En poco tiempo nos pondrá el pie a todos”, decía Héctor Lavoe orgulloso y convencido cada vez que se le preguntaba por su hijo ‘Hectico’, como amorosamente lo llamaba.


Era el menor de sus dos hijos, y el primero de su última unión sentimental con Nilda Román, conocida como ‘Puchi’, su gran y tormentoso amor. A ‘Hectico’ lo consideraba ostentosamente el futuro de la salsa. Cuando Lavoe se unió en matrimonio con ‘Puchi’, esta ya tenía una hija llamada Leslie. El cantante de los cantantes le dio su apellido.

Pero a ‘Hectico’, Lavoe le tenía cifradas todas sus esperanzas. Por supuesto que también amaba a José Alberto, su primogénito, nacido el 30 de octubre de 1968 de su primera unión con Carmen Castro, y al que veía poco por diferencias con la madre.

Pero ‘Hectico’, un año menor que José Alberto, constituía la luz de sus ojos, la esencia de su ser. Y su amor se fortaleció aún más cuando el joven enseñó su vocación por el canto.
“Es una fotocopia mía, pero mejorada en un cien por ciento. A mí también me va a levantá a patá”, solía expresar Lavoe con una ‘sonrisa de oreja a oreja’ en su típico lenguaje de barriada.

Por eso su aflicción fue profunda e insuperable cuando ‘Hectico’, ‘Tico’, la luz de sus ojos, su ‘pechiche’, perdió la vida en hechos confusos ocurridos el 7 de mayo de 1987 (tenía 17 años), cuando un amigo con el que departía en el apartamento de este, oprimió accidentalmente una pistola que limpiaba y la bala impactó al muchacho.

Con la muerte del joven Héctor Pérez Román, comenzaba el principio del fin de Lavoe. Nunca asimilaría semejante trance.

A partir de este golpe se hundió sin remedio en el alcohol y las drogas alucinógenas, malditos vicios en los que estaba inmerso desde sus días de gloria con la banda de Willie Colón. Ante esta circunstancia intolerable fue que intentó suicidarse, para él la vida ya no tenía sentido.
Así lucía Héctor Lavoe en junio de 1992, un año antes de su muerte.
La enfermedad terminal la contrajo no por putero ni por homosexual. Se presume que se inoculó el virus sin intención, al utilizar una jeringuilla infectada en una de sus demenciales y consuetudinarias rumbas con amigos de ocasión.

Joven, pobre y abandonado por todos, falleció cinco años después del aterrador dictamen. La velación tuvo lugar en la funeraria Frank E. Campbell, donde durante dos días centenares de seguidores tuvieron la oportunidad de ver su imagen final deteriorada.

El féretro con sus restos cubierto por la bandera de Puerto Rico, fue sepultado a las 3 de la tarde del 2 de julio en medio de una llovizna leve en el Cementerio Saint Raymond de Queens. “¡Héctol, el cielo está llolando tu paltida!”, se escuchó entre el gentío una voz de marcado acento puertorriqueño, cuentan los registros periodísticos de la época.

La agencia Associated Press reseñó aquel día que el cortejo fúnebre recorrió las principales calles de Manhattan, el Bronx; y paralizó el tráfico por las reacciones espontáneas de transeúntes y residentes del sector, que se unían a la exótica multitud de gente del común, entre los que se mezclaron pillos, prostitutas, drogadictos y borrachos, quienes durante cuatro horas acompañaron la carroza mortuoria.


No me lloren más 
Algunos llevaban radio grabadoras a todo volumen, con su inmenso cancionero. No hubo escenas de llanto, tal como Héctor lo había pedido en uno de sus temas más exitosos con su amigo Willie Colón: No quiero que nadie llore, si yo me muero mañana/ señores no traigan flores, para mí no quiero nada…

El 10. de junio de 2002, un mes después de la muerte de Nilda Román, su esposa, los restos de Lavoe fueron exhumados por solicitud de su hija adoptiva Leslie Pérez; y gracias a la gestión de Willie Colón los trasladaron a su nativo Ponce. 

En una tumba del cementerio de esa ciudad reposan junto a los de 'Puchi' y su hijo ‘Hectico’.Con la muerte de Héctor Lavoe comenzó la leyenda, que 21 años después lo sostienen como un inmortal en el cancionero de la música popular Latinoamericana. 

Un auténtico ícono cuya imagen y admiración crece en las nuevas generaciones, y se solidifica con el paso del tiempo en las que lo conocieron y admiraron.


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